Reflexiones del periodismo popular

El académico Uruguayo Aram Aharonian compartió con la ACCOP, a propósito del día del periodista en Colombia, estas reflexiones pertinentes para quienes ejercen el oficio (profesional o de manera empírica). Compartimos íntegramente sus palabras e invitamos a todas las organizaciones y procesos de Comunicación Popular a que sigamos reflexionando críticamente sobre nuestro papel ante los enormes retos del mundo contemporáneo.

 

El periodismo pasa a ser una excusa para la organización social, para que la comunidad se una para construir proyectos colectivos y poder, al fin, ser protagonista de su propio proceso transformador. Los comunicadores populares emplean diferentes medios y herramientas, como la educación, la reportería visual y escrita, las radios, el video social participativo, podcasts y otras acciones desde la vereda, el pueblo, la ciudad, el territorio, la memoria y la paz como los principales derechos necesarios para vivir con dignidad.
Y aparece nuevamente un poderoso lenguaje visual: el arte callejero, el esténcil y los murales, la colusión de imágenes cargadas de mensajes, agente comunicacional presente en la realidad social en que vivimos.
Varios aspectos que definen a estos nuevos tiempos son el reemplazo de los mediadores de sentidos por el algoritmo, la irrupción de la cultura del entretenimiento, la importancia que cobró el diseño en el mensaje y la apropiación por parte del capitalismo digital del concepto de contracultura. Hemos sido colonizados por la agenda del enemigo y caído en la trampa de ser reactivos y olvidarnos de ser propositivos.
La comunicación popular debe hacer foco en elementos sustanciales que se diferencian de un tipo de comunicación dominante, excluyente y autoritaria.Trabajar desde y con los actores sociales, locales. La paz es una construcción colectiva en la que los comunicadores tenemos demasiado que aportar. Es necesario tejer redes comunicacionales, intercambiar contenidos, aunar estrategias, idear y sumar campañas comunes. Pero para eso hay que desprederse de los egos, los protagonismos, además de conciliar formatos y agenda.
La comunicación popular es un elemento de suma importancia en la construcción de paz. Hoy podemos constatar que la democracia fue asesinada en nombre de la democracia para emplearla como instrumento de legitimización de las estructuras de poder, dominación y riqueza, con la ayuda de la guerra cognitiva.
Sabemos que una cosa es acceder al gobierno y otra la toma del poder. Para que se gobierne para todos, los medios populares están llamados a tener un rol formativo e informativo por demás importante y para ello deberán desarrollar —más allá de lo que pueda hacer el gobierno— una estrategia comunicacional acorde con las urgencias del momento.
Insistimos en la denunciología y el lloriqueo, disfrazadas como investigación, copiando modelos exógenos. Y no hemos sabido sumar las nuevas épicas de la agenda política, como la emergencia de los feminismos, de las disidencias, la militancia ambientalista y las reivindicaciones campesinas y afroindígenenas.
La comunicación popular, más que un lugar de comunidad, es un lugar de conexión. Y esas experiencias pueden masificarse a partir de una agenda común.Un comunicador popular debe pensar con su propia cabeza, tener qué decir, y ganarse la atención de la gente. Hoy es necesario diversificar formatos, donde incluso se juegue con el humor. No se puede vivir a punta de entrevistas, ni con opinadores seriales, sin investigación.
Hoy la radio no hace investigación. En la forma de contar, la televisión es muy mala narrativamente porque cuenta a manera de prensa. La expectativa es la dramaturgia de la televisión, pero repite lo que dicen la prensa. Hoy se cubre a un presidente, como a una celebridad de la farándula: se informa sobre las cosas, pero no se genera debate político.
Si bien las organizaciones y los movimientos populares se acercaron a la comunicación frente a la necesidad de sortear el bloqueo informativo planteado por los grupos corporativos y la concentración mediática, pronto encontraron allí también espacios y posibilidades que superaron esa mirada. La agenda de la comunicación popular es la misma de losmovimientos sociales, la de un proyecto emancipatorio, de búsqueda de cambio, de liberación, de los sectores que sufren cualquier tipo de dominación.
En Colombia se han desplegado iniciativas mediáticas con sentido social. Los medios construyen sus agendas con y desde la comunidad, con variedad de voces que enriquecen el debate ciudadano, bajo la figura de asociatividad y una polifonía textual participativa vinculante. Los medios comunitarios regionales cumplen un papel importante ante el reto de transformar sociedades vulneradas, pero con un papel fundamental en cultivar una cultura de paz que lleva reconciliación y desarrollo social.
Las prácticas de comunicación popular —sindical, indígena, comunitaria, de voces surgidas desde la resistencia, gritos revolucionarios— fueron siempre manifestación de un proyecto emancipatorio, que surge para disputar, para alterar, interpelar, discutir el orden dado en el campo de la comunicación y la cultura, para alterar las relaciones de dominación que son propias y constitutivas del modelo de comunicación y dentro del modelo de sociedad capitalista.
El movimiento popular no hace comunicación por la comunicación misma, sino que la practica en el marco de un proceso transformador en el cual el componente comunicacional se entraba y fusiona con el pedagógico y con el organizativo, frente a la necesidad de sortear el bloqueo informativo planteado por los grupos corporativos y la concentración mediática.
Hoy, la comunicación comunitaria, popular, alternativa, que desarrolle un proceso articulado a la transformación social, económica y política que demanda la sociedad, desde los barrios periféricos de las ciudades a las veredas y los pueblos, aparece como herramienta idónea para desalambrar los latifundios mediáticos. Es la posibilidad de vernos con nuestros propios ojos, asumirnos quienes y cómo somos y no tratar de copiar modelos foráneos que lo único que logran es crearnos mayor dependencia.
Difícil tarea, la de devolverle la voz y la identidad a los que los medios hegemónicos y el poder capitalista volvieron borregos políticos mudos. A diferencia de la prensa comercial, la comunicación popular se construye desde abajo, hombro con hombro, sumando virtudes, conocimientos, recursos, discusión, democracia participativa. Porque lo único que se construye desde arriba, es un pozo.
Las propuestas comunicacionales de los actores populares son parte integral de la comunicación como escenario de la disputa simbólica que es central para la vida política en democracia. Garantizar su sostenibilidad es un compromiso del Estado y de la sociedad.
El campo de batalla se trasladó del terreno geográfico a las «mentes» de las poblaciones que expuestas a un constante bombardeo simbólico (tanto por los medios como las redes sociales), fueron reconstruyendo imaginarios sociales que los llevaba a asumir un relato que atentaba contra de sus propios intereses. Lo que allí se ponía en juego era precisamente esa verdad, esa realidad efectiva, que los pueblos fueron construyendo sobre la base de políticas de unidad y soberanía y que ahora se intenta suplantar.
Este avasallamiento comunicacional no logró consolidarse, producto de muchos factores, entre ellos por haber subestimado el rol de la comunicación popular, donde se pretendió librar una batalla cultural en el mismo terreno que nos proponía el enemigo y asumiendo su propia agenda. Hoy no podemos hablar de comunicación sin hablar de democracia, esa tan vilipendiada que quedó reducida al derecho de ir a votar cada cuatro años por candidatos que uno no eligió.
La comunicación popular es un elemento de suma importancia en la construcción de paz. Hoy podemos constatar que la democracia fue asesinada en nombre de la democracia para emplearla como instrumento de legitimización de las estructuras de poder, dominación y riqueza, con la ayuda de la guerra cognitiva.
El presidente Gustavo Petro marcó como prioridad en su hoja de ruta la pacificación del país, la ambiciosa búsqueda de estrategias para poner fin a más de seis décadas de sangre, mentiras (aún no se llamaban fake news ni shitnews) y fuego. Las críticas y el escepticismo de la gran prensa sobre la paz posible han sido evidentes. El periodismo hegemónico ha tenido un papel trascendental en el moldeo de la opinión pública y en el cambio de rumbo que han tomado los diferentes intentos de paz en el país, desde los diálogos en el Caguán, entre 1999 y 2002.
La paz es una construcción colectiva en la que los comunicadores tenemos demasiado que aportar. Es necesario tejer redes comunicacionales, intercambiar contenidos, aunar estrategias, idear y sumar campañas comunes. Pero para eso hay que conciliar formatos y agenda.
Tenemos que asumir que cambió la agenda. Los medios siguen sintiendo política en lo que hacen los políticos, justicia en lo que hacen los jueces, deporte es todo lo que hacen los deportistas, cultura es todo lo que hacen los artistas.
Estos momentos de crisis nos obligan a rebuscar las formas locales para contar. Seguimos insistiendo en formatos clásicos (la crónica, el reportaje, la gran noticia). ¿Por qué no hacer nuestras propias estéticas y narrativas. Contar lo popular es comprender las culturas locales y su momento emocional comunicativo. Hay que inspirarnos en las prácticas ancestrales, en lo indígena, y en sensibilidades contemporáneas (como el feminismo), no como temática sino como narrativa y estética.
Hoy las mentiras se propagan mucho más rápido que la verdad: las noticias falsas llegan veinte veces más rápido en las redes sociales que en el contacto personal. Ahora el campo de batalla abarca toda la realidad factual, lo que significa un salto de calidad respecto a las décadas anteriores por la hibridación de los viejos y los nuevos medios.
Desde el campo popular debemos asumir que el tema de los medios de comunicación, que son los que manejan la agenda informativa —y formativa de opinión— e imponen el terror mediático, tiene que ver con el futuro de nuestras democracias. Hoy en día la dictadura mediática intenta suplantar a la dictadura militar. Los grandes grupos económicos usan a los medios y deciden quién tiene o no la palabra, quién es el protagonista y quién es el antagonista. Han asesinado a la verdad y mutilado la esperanza.
En Colombia, seis grandes grupos económicos son los que controlan las empresas de comunicación más influyentes del país, donde éstas juegan un rol económico en su proceso de acumulación de capital y control de los procesos políticos.
Tendríamos que dejar de hablar de «medios de comunicación»: son empresas de comunicación y juegan un rol importante en el proceso de dominación moldeando la opinión de los colombianos. Estos mismos seis grupos son los que lucraron con décadas de violencia, financian a los grandes partidos políticos, para luego cobrar favores en las respectivas administraciones.
Cuando en América Latina y el Caribe retornan el neofascismo, la xenofobia, la misoginia, la homofobia, el racismo, de la mano de gobiernos de ultraderecha, las fuerzas populares (¿progresistas, de izquierda?) debaten sobre el pensamiento crítico y el fin de la antinomia izquierda-derecha, apelando a una nostalgia inmovilizadora y acrítica, mostrando la falta de unidad y también de proyectos.
Hemos dejado de narrar, dejamos de tener agendas periodísticas que le hicieran sentido a la gente, dejamos de conectarnos con las audiencias y nos construimos en un gueto alejado del mundo de la vida. Una transformación que es vital, y es que cada medio de estos intenta narrar de una forma que se parezca a su territorio. Ya no tenemos que narrar como los gringos. Y aparece la explosión de narrativas: ningún medio narra igual. Eso va pegado a otro modelo de conexión con las audiencias que los medios clásicos desprecian, porque creen que la audiencia es un clic. En cambio, estos nuevos periodismos creen que las audiencias son “parceros”, “panas”.
Para la prensa hegemónica todo es malo: la política, el virus, el gobernates, los empresarios. Tenemos que hacer periodismo sabroso. Vayamos a hablar con artistas, con músicos, con científicos, para hacer periodismo… pero sobre todo con los pueblos
La información se construye desde una forma determinada de ver las cosas. Decidir qué hechos se convierten en temas a difundir por los medios, quién figura en ellos, cuándo y por qué, son decisiones hechas por las personas que producen los mensajes. Este proceso de construcción implica la selección del tema sobre el cual se quiere decir algo, del tipo de lenguaje utilizado, de la selección de imágenes para ilustrarlas y de las decisiones sobre dónde deben ser ubicadas
Queda claro que la comunicación es estratégica para encarar procesos de cambio y transformación social. La salida es trabajar en conjunto una mayor visibilidad en la agenda mediática de las problemáticas sociales de los sectores populares y sus organizaciones -generalmente invisibilizados. Cuando nos comunicamos estamos vinculándonos, poniendo en común con otros y otras lo que pensamos, sentimos y anhelamos; compartiendo e intercambiando tristezas y alegrías, ideas, certezas e interrogantes.
Cuando alguna información aparece en los medios solemos pensar que es lo que efectivamente está realmente sucediendo, que los hechos difundidos son algo parecido a un reflejo de la realidad y, por lo tanto, que los medios no mienten. Sin embargo, la información no es un reflejo de los hechos sino que, por el contrario, es un relato de los hechos y, por lo tanto, producto de un proceso de construcción.

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